Cuidémonos de pensar que el mundo es una criatura viviente. ¿Hacia dónde debería extenderse? ¿De qué debería alimentarse? ¿Cómo podría crecer y multiplicarse? Nosotros ya sabemos aproximadamente qué es lo orgánico: ¿deberíamos cambiar nuestra interpretación acerca de lo indeciblemente derivado, tardío, raro, azaroso -que sólo percibimos sobre la corteza de la tierra-, por algo esencial, universal, eterno, como hacen aquellos que llaman organismo al universo? Eso me da náuseas. Cuidémonos también de creer que el universo sea una máquina; sin duda, no está construido de acuerdo a una finalidad, y con la palabra "máquina" le concedemos un honor demasiado alto. Cuidémonos de presuponer, en general y por todas partes, algo tan lleno de formas como los movimientos cíclicos de nuestras estrellas vecinas; tan sólo una mirada a la Vía Láctea nos hace dudar de si allí no hay movimientos mucho más burdos y contradictorios, así como también estrellas con eternas trayectorias rectilíneas y otras semejantes. El orden astral en que vivimos es una excepción; este orden, y la aparente duración que está condicionada por él, nuevamente ha hecho posible la excepción de las excepciones: la formación de lo orgánico. Por el contrario, caos es el carácter total del mundo por toda la eternidad; no en el sentido de una ausencia de necesidad, sino de una ausencia de orden, de articulación, de forma, de belleza, de sabiduría, y como sea que se llamen todas nuestras humanas consideraciones estéticas. Juzgado desde nuestra razón, los lanzamientos desafortunados de dados son ampliamente la regla; las excepciones no son la finalidad secreta, y todo el juego se repite eternamente a su manera, la que nunca ha de ser considerada como una melodía -y por último, la expresión misma "lanzamiento desafortunado de dados" es ya una humanización que incluye dentro de sí un reproche. ¡Pero cómo habríamos de censurar o alabar al universo! ¡Cuidémonos de imputarle impiedad e irracionalidad o su contrario!: ¡no es perfecto ni bello ni noble, y no quiere llegar a ser nada de todo eso, no aspira en absoluto a imitar al hombre! ¡El universo no puede ser representado de ninguna manera mediante nuestros juicios estéticos y morales! ¡Tampoco tiene el universo un instinto de conservación y, en general, ningún instinto; tampoco conoce ninguna ley! Cuidémonos de decir que hay leyes en la naturaleza. Sólo hay necesidades: allí no hay nadie que manda, nadie que obedezca, nadie que transgreda. Si vosotros sabéis que no hay fines, entonces sabéis también no hay azar: puesto que sólo en un mundo de fines tiene sentido la palabra "azar". Cuidémonos de decir que la muerte de opone a la vida. Lo viviente sólo es una especie de lo muerto, y una especie muy rara.
Cuidémonos de pensar que el mundo crea eternamente algo nuevo. No existe ninguna sustancia eternamente duradera; la materia es un error así como lo es el dios de los eléatas. ¿Pero cuándo acabaremos con nuestras precauciones y protecciones? ¿Cuándo dejarán de oscurecernos todas esas sombras de Dios? ¿Cuándo llegaremos a desdivinizar completamente la naturaleza? ¿Cuándo podremos comenzar, nosotros hombres, a naturalizarnos con la naturaleza pura, nuevamente encontrada, nuevamente rescatada?
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