En 2010 pisé
Berlín por primera vez en mi vida y supe que en algún momento querría vivir en
esta ciudad. Algo me maravilló, me encantó, me fascinó. No supe en su momento
exactamente qué era y quizás no lo sepa nunca. Es incluso posible que no haya
sido más que una fantasía pero una fantasía tan movilizadora que apenas volví a
Buenos Aires decidí empezar a estudiar alemán para presentarme a una beca para
hacer un curso por dos meses acá. Tres años estudié y me presenté a la beca y
la obtuve y así pasé mi primer tiempo acá que no fue meramente como turista
(aunque un poco lo era porque dos meses, en su momento no lo sabía pero ahora
sí, dos meses no son nada). Volví a Buenos Aires con ganas de estudiar en algún
momento en Berlín porque sabía que la academia era la vía más fácil para
acceder a una visa pero también porque eso es lo que quiero hacer en mi vida (creo).
En 2014 me banqué todo un viaje a Israel porque el pasaje a Berlín era más
barato desde allá que desde Buenos Aires y la pasé muy mal, tan mal que pensaba
que no tenía que ver con el viaje ni con el país en el que estaba sino que pensaba
que la que estaba mal era yo. Pero pisé suelo berlinés y en segundo cambió mi
humor, cambió mi estado y cambió todo. Llegué a las once y media de la noche,
agotada por un vuelo que había salido tarde, escuchando los goles del partido
Alemania Brasil del mundial desde el tren. Después de subir cuatro pisos por
escaleras mis pesadas valijas en la casa de una prima estaba agotada y toda
sudada. No importaba nada. Estaba en Berlín. Así que me duché y salí a caminar.
Compré una cerveza en un späti y me fui a encontrar con Flor. Y no fue sólo un
encuentro en términos superficiales sino que ese mes juntas en Berlín significó
un reencuentro de nuestra amistad que tuvo tantas idas y vueltas que no puedo
sino decir que es mi amiga de siempre. Y el verano era aún más hermoso que el
invierno y Berlín era más increíble con 26 que con 22 años. Llegué a Buenos
Aires y no dudé ni un momento: me voy a hacer un año del doctorado a Berlín. Me
presenté a la beca. No me salió. Fue mi primer rechazo académico fuerte, quizás
mi primer rechazo importante en la vida y estuve tan frustrada y angustiada que
por meses lo único que pude hacer fue llorar. Al mismo tiempo se murió mi
abuelo y aunque ya estaba enfermo e ido hacía muchos años, su desaparición
material fue muy dura para mí. Lo quise y lo quiero muchísimo, lo vi
deteriorarse más que una manzana que se pudre lentamente, lo vi perder el
control del cuerpo y luego el control de la mente, lo vi ido en mundos que
desconozco, mundos que pienso como delirantes y en situaciones de las cuales me
reía porque ante todo hay que tomar las cosas con amor y compañía y sinceridad
y alegría. Pensé que nada tenía sentido.
Después de
unos meses de pensar, decidir, arrepentirme, volver atrás, adelantarme,
anticipar, hacer cuentas, deshacerlas, volver a hacerlas, sentirme segura e insegura,
decidí venir a Berlín igual, sin beca alemana. Me volví loca haciendo trámites.
Estuve loca todos los meses previos a la partida. Estuve nerviosa, ansiosa,
desesperada, harta, enojadísima con Buenos Aires, odié a todas las personas a
las que amo. Me subí al avión convencidísima de lo que estaba haciendo.
Llegué
después de un vuelo larguísimo vía Estados Unidos para que fuera más barato y
sentí que todo seguía el curso natural de las cosas. No me angustié. No tuve
miedo. No pensé que me había equivocado.
Un amigo que
después de estos dos meses voy a recordar siempre como la salvación absoluta
hizo que mi aterrizaje en Berlín fuera suave. Había conocido a Juli hacía sólo
un año y en realidad durante sólo dos semanas pero desde que llegué fue lo más
divino que me pasó. Su compañía fue un colchón para esta caída libre en la que
estuve y sigo estando. Ahora él se fue de viaje a Buenos Aires y yo me mudé a
su casa. Amo vivir acá pero falta él y sé que eso va a ser difícil.
Estoy sola.
Completamente sola. Tengo conocidos pero no tengo ni un amigo, ni una amiga. A
veces estar sola me encanta y a veces me aterra.
En Argentina
pasaron muchas cosas que me perdí. Fue el Encuentro de Mujeres, donde muchas de
mis conocidas armaron grupos de amistades y comunidad de militancia, o al menos
eso creo. Eso me lo perdí. En el Encuentro hubo represión policial y lo vi por
las noticias y en Facebook desde lejos. En las elecciones los resultados fueron
horribles, está todo el mundo desesperado. Yo estoy lejos y me lo perdí.
Me estoy
perdiendo todo lo que pasa allá. Es lógico. ¿No era eso lo que quería? Quería
estar lejos de todo. Quería abandonar todo y volver a empezar. Quería emprender
una aventura. Quería ser el espíritu libre que no soy y transformar ese no en
una afirmación enorme. Quería ser creadora en un mundo nuevo.
Hoy en día
mis mejores amigos son los libros. Son cómplices de mi soledad. Hoy leí un
poema de Mariano Blatt que dice así:
de la compu
al boliche del boliche a la cama de la cama a la cocina de la cocina al balcón
del balcón al trabajo del trabajo a tu casa de tu casa a la plaza de la plaza a
la estación de la estación a mi casa de mi casa a la facu de la facu al trabajo
del trabajo a los de mis papás de lo de mis papás a la plaza de la plaza a tu
casa de tu casa a la terraza de la terraza al trabajo del trabajo a una fiesta
de una fiesta a la cama de la cama a pegar de pegar a la plaza de la plaza a la
cancha de la cancha a la estación de la estación a mi casa de mi casa a la
compu de la compu al boliche del boliche a la cama de la cama a la cocina de la
cocina al aeropuerto del aeropuerto a otro país
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