Ensillamos con Mariana una de alas
naranjas y negras.
Un hilo de coser suavemente le atamos
alrededor del abdomen y en la punta
colgando
un cuadradito de telgopor
para que pueda volar:
ahora no sos la hermosura que pasa por el jardín
y luego lo abandona por el de la vecina.
Así todas las tardes pasaban las mariposas
recorriendo
los jardines de calle Pellegrini
pero al pasar por el de casa
les poníamos nuestra inicial:
no un hierro al rojo pero al menos
un tergopól que cargaban hasta la muerte:
maldecidas por mí y por mi hermana,
arrastren su eterna roca.
En los jardines vecinos morían las mariposas enredadas
en algún tallo.
A la siesta todos duermen y sólo en el jardín
Segoviano
hay un castigo liviano
para todo lo que es hermoso.
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