Estamos todos tan acojonados de decir lo que sentimos, de hacer públicas nuestras miserias y nuestros deseos, como si fueran tan especiales. Odio el término vida privada, preservar la intimidad, bla bla bla. Como si nuestros sentimientos fueran algo tan especial, como si no compartiéramos con todos la frustración. Ese aislamiento en "la privacidad" es lo que mantiene el sistema opresor: todos jodidos, pero nadie dice nada, todos hacemos como que todo está bien, la mujer apaleada sigue su vida como si nada, no le explica a su vecina que su marido le ha girado la cara porque la sopa estaba fría. Los trapos sucios se lavan en casa, ¿verdad? Callemos, callemos las cosas importantes y hablemos de intelectualidades baratas, mientras nuestros sentimientos y vivencias más importantes son silenciados. Me niego. La sinceridad ha sido siempre una de mis mejores cualidades y la reivindico por encima de todo. No, no tengo vida privada, publico en mi blog, grabo en vídeo y escribo en este libro mis angustias más profundas y no siento que expongo mi intimidad, porque ese concepto de intimidad del que habláis es sólo una herramienta más para someternos.
Siempre he recibido respuestas asombradas a la facilidad con la que hablo de mi vida, de mi sexualidad y de mis sentimientos. Si amo, no me importa decírselo al objeto de mi amor y a quien quiera oírlo. Si deseo, tampoco; mi deseo es mío y no es bueno ni es malo, no quiero que nadie lo juzgue, porque lo único en lo que yo puedo confiar en mi vida es en lo que yo siento. Lo que yo siento en mis entrañas, tanto raciocinio,tanto raciocinio, cuando estamos hechos de pulsiones, y esas nunca mienten.
Esa es nuestra herramienta de lucha, la más potente y la más eficaz. La sinceridad. Pero no es tan sencillo ser honesto. Aquí, donde yo vivo, es lo más difícil que puedes hacer.
María Llopis: El postporno era eso
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