Estás parado frente a un banquete. Una mesa que tiene todas las variedades posibles, hay para todos los gustos. Comida salada, dulce, platos elaborados, comida rápida, golosinas, frutas, bebidas, tragos, gaseosas, jugos... Todo lo que hay en el mundo está, de forma cuantitativamente inferior, sobre esta mesa que tenés ante tus ojos y a la cual, para tu sorpresa, aparentemente tenés acceso ilimitado.
¿Qué vas a elegir? Primero probás un poco de todo. Una noche una cosa, otra noche otra. Quizás hasta comas y bebas lo que nunca pensaste que ibas a comer y beber, pero lo hacés y hasta te gusta. Quiero más. Más de esto, más de aquello.
Hasta que te empachás. Y parás. Basta. No puedo comer todo y tomar todo sólo porque está sobre la mesa, servido en bandeja (nunca tan literal). Hay que elegir. ¿Qué de todo esto te gusta realmente? Y ahí vienen distintas respuestas. Primero: lo que realmente me gusta es la cerveza. Pero en un momento la cerveza se termina, no hay más. Sufrimiento. ¡Era lo que realmente me gustaba! ¿Cómo puede ser que se haya terminado? No tardás mucho en recomponerte y decidir que lo que de verdad verdad te gusta, no era la cerveza, qué manera de sufrir por algo que al fin y al cabo ni te gustaba tanto. Lo que en serio te gusta, es esa cheesecake que antes no habías visto, pero que de repente encontraste y sabés que eso sí es lo que deseás. Y comés cheesecake pero en un momento te duele la panza, no querés más cheesecake, es que a la tercera porción ya no es tan rica como era al principio. Nueva decepción. ¿Otra vez? Aparecen de repente, en el medio del banquete, unas frutas que antes no parecían apetecibles, las habías pasado por alto completamente, pero ahora las ves de un modo distinto, y decís: esto sí que me gusta. Pero la historia se repite y nuevamente ya no querés más.
Esto sucede una y otra vez. Elegís lo que te gusta, lo comés, lo tomás, y luego te das cuenta de que no es lo que realmente deseás, y sufrís por ello.
Quizás llegó la hora de asumir que no te gusta nada en especial de lo que hay en el banquete. Eso no significa que no puedas comer o tomar algo de lo que allí se ofrece, pero te da la perspectiva de no sufrir cuando ya no queda más o te deja de gustar: siempre hay más comida y más bebida sobre la mesa.
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