Soy la maría antonieta del siglo XXI, y al que quiera cortarme la cabeza, le recuerdo que después de la Revolución vino el Terror.

domingo, 4 de mayo de 2014

Es hora de volver a contar historias.
Y como no tengo ninguna actual, voy a revolver en el pasado.

Nunca les conté de Andrés.
Es uno de los varones de los cuales no podría decir exactamente que haya hecho algo "garca" conmigo. Lo cual me da muchísima bronca porque quiere decir que todo lo mal que la pasé con y por él fue culpa mía. Odio tener la culpa.

Lo conocí en la facultad. Él gustaba de mi, pero yo no le pasaba cabida. Al principio. No creo que haya una respuesta a cómo se puede haber revertido radicalmente una situación de este tipo, al punto de terminar yo super enganchada y él sin pasarme cabida. Sólo una neurótica de mi calibre termina así.

El primer cuatrimestre del 2010 cursamos juntos una materia y un seminario. Nos hicimos bastante amigos y, no sé muy bien cuándo ni cómo, me empezó a gustar. Como yo ya sabía que él gustaba de mi, me sentía un poco libre de hacer cositas. Nuestro punto en común en aquel entonces era Deleuze. Habíamos pensado en la posibilidad de unirnos a un grupo de lectura y un día lo invité al cine a ver un documental sobre D., que resultó un aburrimiento supino. Para lograr un verdadero acercamiento tuve la excelente idea de conformar con él y otros tres chicos más el grupo de investigación para la exposición del seminario que estábamos cursando.
Si no me equivoco, chapamos por primera vez en un 39 a la noche volviendo de la casa de uno de los chicos del grupo del seminario.
Ah! ¿Ya les conté que Andrés tenía planeado un viaje por 6 meses para septiembre de ese mismo año? A hacer una estadía artística en Francia... Esta información habría alertado a cualquiera con capacidad de cuidado de sí, pero yo evidentemente estaba empeñada en tener una historia de mierda.

Después asumo que empezó una linda etapa de pasarla bien, quizás hasta con cariño. La verdad, no la recuerdo mucho. Releyendo algunos mails, veo un par de "lindo", "linda", "te quiero", "yo también".
Sí sé que rápidamente yo empecé a reclamar, a sentir su ausencia aunque todavía no se había ido.

Lo ayudé con toda la preparación para el viaje, con el francés, traduciendo, buscando casa allá... En cierto sentido pienso que a él le resultaba muy cómodo estar conmigo en ese momento: yo lo ayudaba con todo lo que tenía que hacer para el viaje. No sé si él se daba cuenta del desfasaje que comenzaba a gestarse entre nosotros y no le importaba, o si ni siquiera era capaz de verlo.

Con su partida sólo se profundizó esta diferencia: yo le mandaba mails todo el tiempo, le decía que lo quería, que lo extrañaba. Él al principio me llamaba pero poco a poco empezó a hacerlo menos... a no responder siempre los mails... Y mis reclamos aumentaron. [Excursus. Me parece totalmente lógico que él fuera tomando esas distancias, ahora que veo la situación con los ojos puestos en el presente. Pero en ese momento no entendía: se iba 6 meses, era mucho tiempo pero tampoco el fin del mundo. Yo lo esperaba... No sé por qué...]

Más le demandaba, menos él me daba, peor yo me ponía, más necesitaba que él estuviera presente...
En fin, un círculo de mierda imposible de romper. Salvo porque....

En febrero me informa que no iba a volver en marzo, sino que se quedaba a hacer un master allá.

La ingrata sorpresa fue una puñalada directo al ego. Hacía 5 meses que yo lo venía "esperando", ¿y al final no volvía? No había forma de que me decepcionara más. Le mandé vía su madre unos papeles que necesitaba y un regalo que tenía para él y que pensaba dárselo cuando volviera a Argentina. Le pedí que me devolviera un libro a través de mi hermana.

No lo volví a ver. Vino a Buenos Aires dos veces y yo fui a París una. En ninguna ocasión nos encontramos. Sólo estando en París sentí que podía reconciliarme, tanto con A. como con la ciudad. No sé por qué. Pero era una ciudad a la que yo no quería mucho. Estando allá, volviendo a visitar sus calles, sus museos, habiendo yo cambiado mucho mi forma de ser desde aquel entonces, pude ver todo bajo una nueva óptica. Entendí por qué Andrés había elegido esa ciudad para armar sus proyectos y hasta me empezó a parecer un lindo lugar. A veces cuando paseaba me imaginaba que me lo encontraba de casualidad. Por momentos no sé qué hacer con la enorme capacidad de fantasía que tengo.
Todavía hoy, cuando releo algunos mails, puedo ponerme a llorar. No sé si por él, por la historia que no fue. Posiblemente llore por mí, por la vida, con sus vueltas y sus (des)encuentros.