Soy la maría antonieta del siglo XXI, y al que quiera cortarme la cabeza, le recuerdo que después de la Revolución vino el Terror.

sábado, 25 de octubre de 2014

Segunda entrega: Chacarita de la mano de Andrés

La historia de Andrés es conocida. Es la historia del tiempo finito, la historia del chico del que te enamorás y tenés sólo cuatro meses porque él después se va de viaje por seis y no sabés si te enamoraste porque tenías tantas ganas de enamorarte que no te importó nada, o si lo hiciste justamente porque sabías que tenías el tiempo contado y tu neurosis fue más fuerte que vos, o quizás querías vivir una experiencia trágica, querías ser abandonada, querías poner a prueba al otro, ¿cuánto me querés? ¿qué significo para vos? ¿sos capaz de modificar tus planes por mí?
Es la historia del sacrificio, del te espero seis meses porque cuando vuelvas todo va a ser genial, la historia de la imaginación y la fantasía, ¿cómo será el reencuentro? Me veo con mi vestido negro con florcitas rojas y turquesas, ese que me queda tan lindo, llegando en bicicleta a su casa en la calle Lemos una tarde de marzo. Porque volvía en marzo. Nos vemos y nos besamos. Nos besamos con pasión, no podemos parar de besarnos. Luego la imagen se desvanece.
Es también la historia del dolor, de la desilusión, del llamado en febrero para avisar que no vuelve, ¿y nosotros? ¿y yo? ¿Qué hago con todo este amor que tengo? Te lo metés en el culo, jodete por romántica, jodete por infantil y telenovelera. A ver si ahora crecés y aprendés que el amor no es lo que compraste en las películas de Hollywood. No podés inventar una historia en tu cabeza y encima pretender que la realidad se ajuste a ella. Leé las señales. Era obvio que esto iba a pasar. Superalo.
Pero todo eso vino después, en el medio fue la historia de la demanda y la insatisfacción constantes, la historia del amame, amame, amame, por favor, amame y él no me voy a enamorar de vos, me estoy yendo a París y yo vivamos estos cuatro meses intensamente, que sean los mejores, no importa que después te vayas y él no me puedo permitir eso.

Y es también la historia de Chacarita y del 39, que es el colectivo que nos unía geográficamente, el testimonio de los momentos más importantes con Andrés.
El primer beso nos lo dimos volviendo de Recoleta, después de una reunión con un grupo de un seminario que cursábamos. En ese momento los dos sabíamos que el otro nos gustaba y supongo que también sabíamos que le gustábamos al otro, pero hay un momento, quizás un instante, en el que se pasa de saber eso en el foro interno a concretarlo en un acto material que en este caso era un beso, y ese momento, esa transición, fue sobre el 39. Estábamos en los asientos de a dos, él del lado de la ventanilla y yo, bajo pretexto de cansancio, apoyé mi cabeza en su hombro, luego levanté la mirada y ahí nos besamos. Cuando llegamos a la parada de mi casa yo me bajé y él, supongo, siguió hasta la suya.
Entre el primer y el último beso el 39 fue el colectivo que me llevó y me trajo, de Palermo a Chacarita y de Chacarita a Palermo. Desde el 39 disfrutaba mirando las casas bajo el sol de las mañanas invernales cuando había dormido con Andrés. Y cuando iba para allá me bajaba en frente de la estación de servicio que está en Corrientes y Jorge Newbery, donde comprábamos los preservativos que usábamos por la noche y a veces también por la mañana.
Las cosas lindas que viví con Andrés: las salidas de los jueves por la noche, después de cursar el seminario de Deleuze, cuando íbamos mucho a La Castorera a ver bandas; las tardes de estudio preparando el final de Gnoseología, y la noche en que tuve que irme de su casa porque tenía una cena familiar y él quería que yo volviera después para que siguiéramos estudiando, pero yo no volví porque ya era tarde y no tenía sentido, y él se enojó por eso; la vez que pedimos sushi y cuando más tarde, tirados en la cama después del sexo, él me pidió que bajara a la cocina a buscar el sushi que había sobrado y como mí me daba mucha fiaca le dije que no, y su respuesta: no es que no pueda bajar a buscarlo yo, es por pedirte un gesto de amor (ay, Andrés, si algo aprendí con vos es que el amor no se mendiga); la cantidad de porro que fumábamos en esa época, en el patio de Puán, en la calle, en su casa, en mi casa, en casas de amigos; el domingo que vino a buscarme al San Bernardo, donde yo tomaba una cerveza con mis amigas después de jugar al fútbol, y llegó muy canchero, con una musculosa blanca de morley que le quedaba divina; la mañana en la que bajamos a desayunar en su casa y apareció su mamá y desayunó con nosotros; cuando nos fuimos juntos del grupo de lecturas de Deleuze y nadie sabía que estábamos juntos y sutilmente fuimos saludando a uno por uno y nos escapamos y cenamos en un restaurant peruano ceviche, aunque a mí no me gustaba; su fiesta de despedida y la limpieza del día siguiente; el regalo que le preparé cuando se estaba yendo, un hermoso cuaderno con fotos adentro y algún texto que no me acuerdo cuál es pero seguro que era emocionante porque me dio un abrazo enorme esa noche cuando se lo di.

El último beso nos lo dimos en la terminal del 39 en Chacarita. Ese día a la tarde salía su avión y por la mañana, después de dormir juntos y de tener una tremenda pelea causada, obviamente, por mí, por mi inseguridad, por mi necesidad de odiarlo porque se iba, por mi estúpida y autodestructiva idea de revisarle sus mails, por la mala suerte de encontrar unos mails que intercambiaba con su ex novia donde se trataban de “usted” y hablaban de verse para despedirse y él la invitaba a tomar un vino, por el dolor que me causó ver eso, por la sensación de que yo no le importaba, de que todo era una farsa, de que él necesitaba sentirse acompañado en los meses previos a su partida y yo le había venido como anillo al dedo porque lo ayudaba con el francés, porque lo ayudaba a buscar un cuarto para alquilar allá, porque lo ayudaba vaya-yo-a-saber-con-qué, por mis gritos de vos estuviste cogiendo con ella todo este tiempo que estabas conmigo y su madura respuesta de vos estás buscando una excusa para enojarte porque me voy; después, entonces, de la pelea, de que él me calmara, de que yo llorara y gritara y pataleara porque en realidad lo que quería era que él se quedara, después, entonces, de la pelea, vino la calma y con la calma vinieron el dolor y la tristeza de saberme abandonada, el dolor y la tristeza del fin; y con ese maremoto de sensaciones Andrés me acompañó a la parada del 39 que era la terminal y media cuadra antes de llegar nos dimos un beso, un último beso de despedida.

jueves, 23 de octubre de 2014

Primera Entrega: La Boca a través de Francisco

La idea de armar una sección que se llame “Los 100 garches porteños” surgió hace como un año con la historia de La Boca, que es la historia de Francisco. En ese momento me di cuenta de que estaba conociendo un barrio que no había frecuentado mucho antes y de que era curioso conocerlo a través de los ojos de otra persona que vivía allí y con la que el vínculo también era curioso (¿será siempre curioso?) porque por lo general es difícil catalogar a alguien con quien se mantiene relaciones sexuales y quizás por eso, quizás por comodidad, le llamamos simplemente “garche” y así le damos un cierto reconocimiento pero sin comprometernos demasiado.
Así que quizás como un homenaje, agradeciéndole por ser musa inspiradora de este proyecto, decidí empezar la sección por acá. Mis recuerdos son un poco fragmentarios, con los años mi memoria se fue deteriorando y revisando mi blog veo que nunca escribí sobre esta historia. Pero estoy segura de que a Francisco le va a gustar leerse acá.
Francisco y La Boca son parecidos: muy tranquilos pero de repente hay secuencias.
La primera vez que fui a su casa fue una noche después de un concierto en el Teatro Colón. No me acuerdo exactamente de la situación, pero sé que cuando llegué a su casa me llamaron la atención las teselas del piso del edificio, las mismas que las del Colón, y el mármol blanco de Carrara, el mismo que el del Colón. Muchos edificios de esa zona fueron construidos con los mismos materiales a fines del siglo XIX o principios del XX. La casa era muy rara, vieja y hermosa. Su cuarto tenía una entrada separada o sea que para ir al baño había que salir al palier. En el cuarto había un entrepiso donde estaba la cama y la baranda oficiaba de guardarropas, todo colgado ahí. Y algunas cosas dobladas en unos estantes. Caminar a la mañana por las calles de La Boca es muy lindo, sobre todo si hay sol, sobre todo si tuviste buen sexo la noche anterior. Las veredas son angostas y por momentos se elevan entre dos y seis escalones pero, como no pasan muchos autos, se puede caminar por la calle también. Francisco prefería la segunda opción. Como ya no vive más ahí y tampoco nos vemos ni hablamos no sé qué preferirá ahora.
La segunda vez fue un sábado a la noche, o mejor dicho un domingo por la mañana. Habíamos tenido un cumpleaños y con él y otros dos amigos habíamos tomado ácidos. Cuando el resto de la gente ya se había ido a dormir, nos fuimos los cuatro juntos a caminar. A eso de las 5am, pensamos en el amanecer y en una terraza y decidimos encarar para La Boca. Nos tomamos el 152, compramos unas cervezas, nos abrigamos y nos quedamos en la terraza esperando a que saliera el sol. Desde esa terraza se ve el Puente Avellaneda muy de cerca y también todas las casas bajas del barrio. Sólo había un edificio alto que nos tapaba la vista. El resto se veía hermoso. Qué linda se ve Buenos Aires desde una terraza de La Boca un domingo a las 6 y media de la mañana habiendo tomado un cuartito de pepa. Fran musicalizó el momento con su guitarra y eso también hizo de la situación una muy amena. Después de dormir dos horas (mentira, yo no dormí porque me quedé toqueteándome con él) nos despertamos, desayunamos un pan con palta y tomamos unos mates y con mis otros dos amigos volvimos a capital y fuimos a trabajar.
Hubo otra noche en la que fui para La Boca y esa vez fuimos a caminar y paseamos mucho por el barrio. Caminamos hasta el Parque Lezama mientras charlamos de historias familiares. Me acuerdo de haberme sentido muy cómoda charlando con Francisco, contándole cosas íntimas y escuchando sus relatos, y también de haberme sentido muy cómoda caminando por esas calles con él. Ese día me recomendó el libro Por favor, no regreses de la luna que me encantó. Fuimos por calles internas y volvimos por Almirante Brown. Cuando llegamos a la casa nos pusimos a cocinar pero un arranque de calentura nos obligó a dejar la tarea por la mitad para irnos a coger. En La Boca hay que atender a los asuntos urgentes, no se puede vivir de lo preestablecido, quizás porque no haya nada preestablecido.
Mi cuarta visita a La Boca fue también nocturna. Había habido una reunión en mi casa (en ese momento yo vivía en lo de mi vieja en Palermo) a la cual él había llegado más tarde. Muchos se fueron yendo pero al final quedamos un par y muy borrachos decidimos salir a caminar. Con Fran nos adelantamos, perdimos al resto del grupo y sin preocuparnos mucho por ello nos tomamos el 64 que también nos dejaba en su casa. Increíble la cantidad de colectivos que unían dos puntos tan lejanos en el mapa. Al día siguiente yo me sentía muy mal por la resaca y él me cuidó, porque también sabía ser tierno y delicado por momentos.
Una noche después de que inaugurara una muestra suya en el Centro Cultural Recoleta fuimos andando en bicicleta hasta La Boca, un camino hermoso por la Avenida Eduardo Madero / Ingeniero Huergo o por Alicia Moreau de Justo, ya no recuerdo bien, un camino interno por unas bici-sendas escondidas, casi no parecía que estuviéramos en la ciudad. Esa noche, cuando todavía estábamos en recoleta, él tuvo uno de sus clásicos arranques de malestar que le agarraban conmigo, como si yo le ofreciera el espacio para su sufrimiento y sus quejas. Lo curioso fue que entre los besos en una estación de servicio en la que paramos para inflar las ruedas de las bicis se olvidó de que estaba mal y tuvimos una linda noche.
El comienzo del fin fue una tarde en la que fuimos juntos a su casa. Toda la primera parte había sido buenísima, caminamos hasta Paseo Colón y ahí tomamos juntos el colectivo. Fuimos al supermercado, compramos un vino y nos pusimos a cocinar. Esa vez también tuvimos que interrumpir la actividad culinaria para irnos a coger. Creo que en su momento no me daba cuenta pero ahora que lo pienso nos calentábamos mucho, muchísimo. La tarde fue súper linda, él me contó del viaje que había hecho a Brasil en bicicleta y escuchamos música y tocó la guitarra. Pero hacia la noche la cosa ya había empezado a ponerse rara, incómoda. Serían quizás mis expectativas, siempre demasiado altas, o su libido, por momentos demasiado baja. El caso es que en un momento determinado le dije que prefería no quedarme a dormir y le pedí si me acompañaba a la parada del colectivo. No quería caminar sola a la noche por La Boca.
Hay una última buena salida en la cual vamos a un bar por San Telmo y después a su casa y la pasamos muy bien. Después de eso viene una secuencia de tres situaciones de mierda, de las cuales en realidad sólo la segunda tiene lugar en La Boca. La primera es en el cumple de Fede, en el cual tomamos pastis y a él se le da por tener conversaciones con todo el mundo y nosotros tenemos una charla de cuyo contenido no me acuerdo pero que me deja una sensación muy pero muy chota. La segunda una noche después de una cena grupal, él me dice de ir a su casa, tiempo después me entero de que en realidad no quería invitarme pero que había sentido que yo estaba ahí esperando algo (probablemente yo estuviera ahí esperando algo, en efecto) y aunque mientras caminamos me advierte que tiene la libido baja y que quiere dormir, yo voy. En su casa él está todo el tiempo con el celular, no me da bola, está muy enroscado. No entiendo qué pasa pero sé que pasa algo y que no tiene nada que ver conmigo. Por qué estoy entonces metida en una situación en la que no quiero estar un lunes a las 2 de la mañana en La Boca. La tercera, la última, la peor, la definitiva. Una tarde antes de ir a Requiem de Guerra, fumamos un porro en la plaza, caminamos mirando librerías, todo viene bárbaro hasta que nos sentamos en un bar y él empieza a hablarme de lo mal que estaba, ¿como si yo fuera su psicóloga? ¿Su mamá? ¿Su mejor amiga? Me habla de sus depresiones. Me habla de sus problemas. Nunca me dice la causa real de su malestar (más tarde lo supe, pero esta información no viene al caso). Yo intento consolarlo. Intento acompañarlo. Es casi imposible. Vamos al concierto. En la mitad se levanta y se va. Después de eso hubo algunas charlas, alguna en la que me agradeció que yo hubiera sido tan divina con él, alguna en la que me explicó qué era lo que efectivamente le pasaba y alguna en la que quedamos en ser amigos.

La última vez que fui a La Boca fue cuando él se mudó, lo ayudé con la mudanza, era un día de mucho calor y teníamos que bajar todas las cosas los cinco pisos por escaleras. Después nos subimos a la camionetita de una amiga de él que nos llevó hasta su nueva casa. Y después de ese no volvimos a vernos, ni con Francisco ni con La Boca. 



Excursus: al sábado siguiente de escribir esto, mis amigos Fede y Mati me invitan a una fiesta, ¿en dónde? en La Boca, ¿más específicamente? En el mismo edificio donde vivía Francisco, ¿todavía más? En el mismo departamento.
Donde antes era su cuarto ahora no hay muebles, queda algún dibujo suyo en la pared, y con los chicos nos sentamos en la ventana donde varias veces yo me había sentado y miramos la autopista. Desde la terraza presenciamos un amanecer más en La Boca, sigue estando el edificio alto, siguen estando las terrazas de las casas bajas, sigue teniendo una magia que no tiene ningún otro barrio de Buenos Aires. 

martes, 14 de octubre de 2014

XXIX Encuentro Nacional de Mujeres

Decidir ir fue, de por sí, todo un tema. Yo tenía planeado ir con N y cuando esa situación quedó en la nada, no estaba segura de qué hacer. Hasta que por suerte Ceci preguntó en el grupo de las Juntadas Feministas si alguna iba y eso hizo que me volvieran las ganas de viajar. Empezamos a organizar. 
Conseguir cómo ir fue un quilombo. Comparar posibilidades, números, horarios de salida y vuelta, elegir un micro que se cae, etcétera. Finalmente decidimos viajar con el micro de Seamos Libres.
Nos encontramos el viernes a las 18hs en El Surco, Boedo 830. A las 20h salió un micro que duró 21 horas. En el viaje charlamos, comimos, tomamos mate, leímos, escuchamos música, jugamos a juegos, dormimos, paramos a desayunar, comimos, tomamos mate, dormimos. Y así. finalmente a eso de las 17h llegamos al centro de Salta. Fuimos rápidamente al taller de Mujeres y Sistema Penitenciario, pero sólo llegamos a los últimos 15 minutos del taller. Después de eso nos encontramos con Luli y fuimos a la charla de la Campaña por la Legalización del Aborto. 
Fuimos al supermercado, compramos birras, y luego nos quedamos en la plaza charlando y escuchando música. Estábamos con Ce, Luli y Cris (una amiga de Lu de La Mestiza re amorosa). En ese contexto me mensajeé con Flor, nos encontramos, y lo otro ya lo saben. Tipo 1 encaramos el regreso a la casa de Raúl, el couchsurfer que nos iba a hospedar a Ceci, a Luli y a mí. La casa quedaba medio lejos pero el bondi llegó enseguida. Llegamos, nos acostamos y yo me dormí inmediatamente.
A la mañana siguiente nos despertamos, nos duchamos, desayunamos y emprendimos la vuelta al centro. Fui al taller de Mujeres, poder y política, pero fue una cagada. Como la mayoría de los espacios, aparateados por la riña entre troskas y kirchneristas. Un embole. Después almorzamos y dejamos los bolsos en el hostel de Cris. Por la tarde me quedé con Lu en la plaza haciendo esténcils en nuestras remeras (¡¡nuestros primeros esténcils!!) y fuimos a la marcha. 
Nos pintamos, nos quitamos las remeras, nos escribimos los cuerpos. Marchamos, cantamos, saqué fotos. Llegamos a la catedral, cantamos, espantamos. Con Ceci nos besamos. Protestamos.
Después fuimos a cenar y a la supuesta peña que fue un fiasco. Cuando terminó, fuimos a la escuela donde estaban las chicas, dormimos media horita y a las 5am tomamos el micro de vuelta. Dormí hasta la mañana siguiente, y luego volvió el ritual del micro: tomar mate, escuchar música, leer, comer, etcétera, etcétera, etcétera. 
Hacia las 6 de la tarde ya no tenía más paciencia, todo me irritaba. Estar en un micro con 50 personas hacía vaya unx a saber cuántas horas me quemó la boina. Necesitaba llegar ya. Esas últimas horas duraron una eternidad. 
2.30 am llegamos a Capital y me tomé un taxi a casa. Llegué, me duché y me fui a dormir. 

Puedo decir que estoy muy conforme con el encuentro. Me da pena que los talleres no sean tan buenos, pero quizás la mística resida en otra parte. 
Ya vendrán reflexiones más trabajadas.

Chica-Tinder

El día en que se terminó todo con N (ahora pienso: por suerte) volví a casa y como ya les conté me puse muy contenta por el nuevo Havana que abrieron en la esquina. Además rápidamente decidí que no iba a sufrir por esa situación y me puse a buscar chicas en el tinder. Aparece Flor. Like. Match. Se abre el chat. Hablamos un poquito, rápidamente pasamos al facebook. Chateamos, chateamos, chateamos.
Un día la invito al teatro, acepta. El mismo día cancela porque tenía mucha resaca por su cumpleaños del día anterior. Retruca la situación en la semana invitándome a tomar una birra. Acepto. 
Vamos al Varela Varelita un martes. Tomamos unas birras y charlamos un montón. Al principio pienso que somos bastante parecidas y me pregunto si no será mejor que seamos amigas. A medida que avanza la conversación y tomamos unas birritas la empiezo a ver con otros ojos. Ella igual tiene que trabajar al día siguiente así que nos despedimos temprano.
En el Encuentro de Mujeres nos cruzamos, charlamos un rato. Nos damos unos besos y cada una sigue con sus actividades. 
Volvemos a Buenos Aires. Continúan nuestras fluidas charlas por medio cibernéticos y me invita a vernos esta semana. Y quedamos en ir mañana a ver a la Fernández Fierro. 

jueves, 2 de octubre de 2014

miércoles, 1 de octubre de 2014

no hay que vivir con gatos sino como gatos


I’m trying hard to live by Cat Principles:


1. I am glorious above all things.

2. Eat when hungry, sleep when sleepy, play when bored. 

3. Affection is given and received on my terms and only mine. 

4. Show displeasure clearly.

5. NO. 

6. Demand the things you want. If they aren’t given, demand them again, but louder this time. 

7. If you are touched when you don’t want to be, say so. If they continue to touch you, make them bleed."

—C.B. Blanchard #TodaysMantra