Soy la maría antonieta del siglo XXI, y al que quiera cortarme la cabeza, le recuerdo que después de la Revolución vino el Terror.

miércoles, 11 de marzo de 2015

menstruaciones sucias, olorosas y llenas de pudor

Menstrué por primera vez a los once años. Habíamos hecho un viaje familiar en el que yo había estado insoportable y al volver a Buenos Aires me indispuse por primera vez. Si mal no recuerdo, había una reunión familiar en mi casa y yo estaba en el cuarto de mi hermana con ella, mis primas y una amiga. Fui al baño y vi la sangre en mi bombacha. No recuerdo exactamente qué pensé o sentí o intuí en ese momento. Sé que me acerqué a mi mamá y le pedí que nos apartáramos un momento y le dije "mamá, tengo sangre en la bombacha" o "mamá, me indispuse" o "mamá, menstrué" y "no se lo cuentes a nadie". Mi mamá tampoco se acuerda de los pormenores de la situación pero dice que yo sabía exactamente lo que me estaba pasando (?), que me lo tomé muy bien y que me debe haber dado una toallita diaria y listo. Después, desoyendo mis palabras, se lo contó a mi papá y a mi abuela y quién sabe a quién más. Cuando me enteré me enojé muchísimo, no sé por qué, pero seguramente porque consideraba que la menstruación era algo íntimo y no quería que nadie lo supiera.

Después vinieron algunos años un poco tortuosos en lo relacionado a este tema. Fui una de las primeras de mis amigas en indisponerme y, como era muy irregular (lo sigo siendo), la menstruación podía agarrarme en cualquier situación. Aparecía manchada. Sin toallitas. Con olor. No usaba tampones así que en verano esos días no podía ir ni a la pileta ni a la playa.

Eran cuatro o cinco días en los cuales todo el tiempo sentía que estaba manchada o que olía a menstruación. Que todas las personas alrededor mío podían darse cuenta de "eso". Me daba muchísima vergüenza. Por las noches no había toallita que alcanzara y me despertaba siempre con la bombacha ensangrentada. 

No sé si porque eran épocas de exploración de la propia corporalidad o por la picazón o por qué, por las mañanas me despertaba con los dedos menstruados. Todas las que hayan pasado por una situación así saben que esa sangre metida entre las uñas y pegada a la cutícula de los dedos no es tan fácil de sacar. Ni el cepillo ni la piedra pomez alcanzaban para limpiarme completamente. Y así pasaba mis días en el colegio, ocultando mis manos, avergonzándome. ¿Pero avergonzándome de qué? ¿De menstruar, de tocarme, de no poder limpiarme? Me avergonzaba pensar que era la única a la que le pasaba. Que no era normal. Lo peor de todo es que yo sabía que no era la única, tenía una amiga a la que le pasaba lo mismo, aunque nunca hablamos de eso. Lo sabía porque lo veía. Veía sus dedos, sus uñas, veía sus pantalones manchados. Pero nunca lo hablamos. De hecho me acuerdo de que una vez una compañera me comentó algo sobre esta chica, que estaba sucia o que olía a menstruación. ¿Y yo? Horrorosa cómplice de un sistema que nos oprimía a todas, quizás pensando que si yo también la criticaba nadie iba a saber que a mi me pasaba lo mismo, yo asentí y dije "sí, qué asco". 

Pienso ahora, muchos años después, y tras haber transitado por reflexiones feministas, en cómo serían las cosas si en vez de avergonzarnos de lo que nos pasa, si en vez de criticarnos y juzgarnos y sentirnos y hacernos sentir culpables las unas a las otras, si en vez de todo eso pudiéramos hablar, hablar entre amigas, hablar entre compañeras, compartir nuestras experiencias, narrar lo que nos pasa. Nos invito a dejar de callar.
El amor puede ser una muy hermosa experiencia en la cual aprendemos a estar con otras personas y a conformar una comunidad. Pero también puede ser un lugar de refugio y comodidad, donde nos quedamos ancladxs y nos impedimos despegar hacia nuevas vivencias.
Cuando N me dejó estuve muy apenada pensando en todo lo que me perdía de vivir con ella. Realmente quería construir algo ahí. Ahora con un poco de distancia veo todas las puertas que abrí en estos meses y pienso que quizás, si ella me hubiera permitido quedarme en ese espacio, no habría abierto.
Esta es mi reflexión del día de hoy. Y eso que todavía no fui al Havana que abrieron en la esquina de casa.