Soy la maría antonieta del siglo XXI, y al que quiera cortarme la cabeza, le recuerdo que después de la Revolución vino el Terror.

jueves, 23 de octubre de 2014

Primera Entrega: La Boca a través de Francisco

La idea de armar una sección que se llame “Los 100 garches porteños” surgió hace como un año con la historia de La Boca, que es la historia de Francisco. En ese momento me di cuenta de que estaba conociendo un barrio que no había frecuentado mucho antes y de que era curioso conocerlo a través de los ojos de otra persona que vivía allí y con la que el vínculo también era curioso (¿será siempre curioso?) porque por lo general es difícil catalogar a alguien con quien se mantiene relaciones sexuales y quizás por eso, quizás por comodidad, le llamamos simplemente “garche” y así le damos un cierto reconocimiento pero sin comprometernos demasiado.
Así que quizás como un homenaje, agradeciéndole por ser musa inspiradora de este proyecto, decidí empezar la sección por acá. Mis recuerdos son un poco fragmentarios, con los años mi memoria se fue deteriorando y revisando mi blog veo que nunca escribí sobre esta historia. Pero estoy segura de que a Francisco le va a gustar leerse acá.
Francisco y La Boca son parecidos: muy tranquilos pero de repente hay secuencias.
La primera vez que fui a su casa fue una noche después de un concierto en el Teatro Colón. No me acuerdo exactamente de la situación, pero sé que cuando llegué a su casa me llamaron la atención las teselas del piso del edificio, las mismas que las del Colón, y el mármol blanco de Carrara, el mismo que el del Colón. Muchos edificios de esa zona fueron construidos con los mismos materiales a fines del siglo XIX o principios del XX. La casa era muy rara, vieja y hermosa. Su cuarto tenía una entrada separada o sea que para ir al baño había que salir al palier. En el cuarto había un entrepiso donde estaba la cama y la baranda oficiaba de guardarropas, todo colgado ahí. Y algunas cosas dobladas en unos estantes. Caminar a la mañana por las calles de La Boca es muy lindo, sobre todo si hay sol, sobre todo si tuviste buen sexo la noche anterior. Las veredas son angostas y por momentos se elevan entre dos y seis escalones pero, como no pasan muchos autos, se puede caminar por la calle también. Francisco prefería la segunda opción. Como ya no vive más ahí y tampoco nos vemos ni hablamos no sé qué preferirá ahora.
La segunda vez fue un sábado a la noche, o mejor dicho un domingo por la mañana. Habíamos tenido un cumpleaños y con él y otros dos amigos habíamos tomado ácidos. Cuando el resto de la gente ya se había ido a dormir, nos fuimos los cuatro juntos a caminar. A eso de las 5am, pensamos en el amanecer y en una terraza y decidimos encarar para La Boca. Nos tomamos el 152, compramos unas cervezas, nos abrigamos y nos quedamos en la terraza esperando a que saliera el sol. Desde esa terraza se ve el Puente Avellaneda muy de cerca y también todas las casas bajas del barrio. Sólo había un edificio alto que nos tapaba la vista. El resto se veía hermoso. Qué linda se ve Buenos Aires desde una terraza de La Boca un domingo a las 6 y media de la mañana habiendo tomado un cuartito de pepa. Fran musicalizó el momento con su guitarra y eso también hizo de la situación una muy amena. Después de dormir dos horas (mentira, yo no dormí porque me quedé toqueteándome con él) nos despertamos, desayunamos un pan con palta y tomamos unos mates y con mis otros dos amigos volvimos a capital y fuimos a trabajar.
Hubo otra noche en la que fui para La Boca y esa vez fuimos a caminar y paseamos mucho por el barrio. Caminamos hasta el Parque Lezama mientras charlamos de historias familiares. Me acuerdo de haberme sentido muy cómoda charlando con Francisco, contándole cosas íntimas y escuchando sus relatos, y también de haberme sentido muy cómoda caminando por esas calles con él. Ese día me recomendó el libro Por favor, no regreses de la luna que me encantó. Fuimos por calles internas y volvimos por Almirante Brown. Cuando llegamos a la casa nos pusimos a cocinar pero un arranque de calentura nos obligó a dejar la tarea por la mitad para irnos a coger. En La Boca hay que atender a los asuntos urgentes, no se puede vivir de lo preestablecido, quizás porque no haya nada preestablecido.
Mi cuarta visita a La Boca fue también nocturna. Había habido una reunión en mi casa (en ese momento yo vivía en lo de mi vieja en Palermo) a la cual él había llegado más tarde. Muchos se fueron yendo pero al final quedamos un par y muy borrachos decidimos salir a caminar. Con Fran nos adelantamos, perdimos al resto del grupo y sin preocuparnos mucho por ello nos tomamos el 64 que también nos dejaba en su casa. Increíble la cantidad de colectivos que unían dos puntos tan lejanos en el mapa. Al día siguiente yo me sentía muy mal por la resaca y él me cuidó, porque también sabía ser tierno y delicado por momentos.
Una noche después de que inaugurara una muestra suya en el Centro Cultural Recoleta fuimos andando en bicicleta hasta La Boca, un camino hermoso por la Avenida Eduardo Madero / Ingeniero Huergo o por Alicia Moreau de Justo, ya no recuerdo bien, un camino interno por unas bici-sendas escondidas, casi no parecía que estuviéramos en la ciudad. Esa noche, cuando todavía estábamos en recoleta, él tuvo uno de sus clásicos arranques de malestar que le agarraban conmigo, como si yo le ofreciera el espacio para su sufrimiento y sus quejas. Lo curioso fue que entre los besos en una estación de servicio en la que paramos para inflar las ruedas de las bicis se olvidó de que estaba mal y tuvimos una linda noche.
El comienzo del fin fue una tarde en la que fuimos juntos a su casa. Toda la primera parte había sido buenísima, caminamos hasta Paseo Colón y ahí tomamos juntos el colectivo. Fuimos al supermercado, compramos un vino y nos pusimos a cocinar. Esa vez también tuvimos que interrumpir la actividad culinaria para irnos a coger. Creo que en su momento no me daba cuenta pero ahora que lo pienso nos calentábamos mucho, muchísimo. La tarde fue súper linda, él me contó del viaje que había hecho a Brasil en bicicleta y escuchamos música y tocó la guitarra. Pero hacia la noche la cosa ya había empezado a ponerse rara, incómoda. Serían quizás mis expectativas, siempre demasiado altas, o su libido, por momentos demasiado baja. El caso es que en un momento determinado le dije que prefería no quedarme a dormir y le pedí si me acompañaba a la parada del colectivo. No quería caminar sola a la noche por La Boca.
Hay una última buena salida en la cual vamos a un bar por San Telmo y después a su casa y la pasamos muy bien. Después de eso viene una secuencia de tres situaciones de mierda, de las cuales en realidad sólo la segunda tiene lugar en La Boca. La primera es en el cumple de Fede, en el cual tomamos pastis y a él se le da por tener conversaciones con todo el mundo y nosotros tenemos una charla de cuyo contenido no me acuerdo pero que me deja una sensación muy pero muy chota. La segunda una noche después de una cena grupal, él me dice de ir a su casa, tiempo después me entero de que en realidad no quería invitarme pero que había sentido que yo estaba ahí esperando algo (probablemente yo estuviera ahí esperando algo, en efecto) y aunque mientras caminamos me advierte que tiene la libido baja y que quiere dormir, yo voy. En su casa él está todo el tiempo con el celular, no me da bola, está muy enroscado. No entiendo qué pasa pero sé que pasa algo y que no tiene nada que ver conmigo. Por qué estoy entonces metida en una situación en la que no quiero estar un lunes a las 2 de la mañana en La Boca. La tercera, la última, la peor, la definitiva. Una tarde antes de ir a Requiem de Guerra, fumamos un porro en la plaza, caminamos mirando librerías, todo viene bárbaro hasta que nos sentamos en un bar y él empieza a hablarme de lo mal que estaba, ¿como si yo fuera su psicóloga? ¿Su mamá? ¿Su mejor amiga? Me habla de sus depresiones. Me habla de sus problemas. Nunca me dice la causa real de su malestar (más tarde lo supe, pero esta información no viene al caso). Yo intento consolarlo. Intento acompañarlo. Es casi imposible. Vamos al concierto. En la mitad se levanta y se va. Después de eso hubo algunas charlas, alguna en la que me agradeció que yo hubiera sido tan divina con él, alguna en la que me explicó qué era lo que efectivamente le pasaba y alguna en la que quedamos en ser amigos.

La última vez que fui a La Boca fue cuando él se mudó, lo ayudé con la mudanza, era un día de mucho calor y teníamos que bajar todas las cosas los cinco pisos por escaleras. Después nos subimos a la camionetita de una amiga de él que nos llevó hasta su nueva casa. Y después de ese no volvimos a vernos, ni con Francisco ni con La Boca. 



Excursus: al sábado siguiente de escribir esto, mis amigos Fede y Mati me invitan a una fiesta, ¿en dónde? en La Boca, ¿más específicamente? En el mismo edificio donde vivía Francisco, ¿todavía más? En el mismo departamento.
Donde antes era su cuarto ahora no hay muebles, queda algún dibujo suyo en la pared, y con los chicos nos sentamos en la ventana donde varias veces yo me había sentado y miramos la autopista. Desde la terraza presenciamos un amanecer más en La Boca, sigue estando el edificio alto, siguen estando las terrazas de las casas bajas, sigue teniendo una magia que no tiene ningún otro barrio de Buenos Aires. 

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