Soy la maría antonieta del siglo XXI, y al que quiera cortarme la cabeza, le recuerdo que después de la Revolución vino el Terror.

miércoles, 5 de agosto de 2015

cinco años después

Estoy en casa sola a la tarde, me fumo un porro y me pongo a pensar en que me voy a Berlín por un año, en que finalmente, después de tanto tiempo, se materializa ese deseo juvenil de probar vivir en esa hermosa ciudad, esa ciudad que me enamoró desde el principio, esa ciudad de la que Pablo una vez dijo que a todos los que amaban la libertad les pasaba eso de no querer irse, esa ciudad que visité hace cinco años por primera vez y que me hizo ponerme a estudiar alemán para luego poder hacer el Winterkurs y vivir allí un tiempo, un tiempo breve,  sólo un mes y medio, pero a la que ahora voy por más tiempo, un año, un año en Berlín.
Pienso también en todo lo que implica esta experiencia que voy a emprender y en cómo me preparo para ella. Pienso en extrañar, pienso en el amor, pienso en que no puedo ni siquiera imaginarme la posibilidad de enamorarme de alguien acá porque mi cabeza está realmente puesta en otra cosa y ahí está, ahí aparece, como si no pudiera ser de otro modo, Andrés. Como si finalmente pudiera entenderlo. Entender por qué no se iba a enamorar de mí como yo le pedía. Entender que estaba proyectando algo, algo grande, algo que sólo después pude ver lo grande que era, y que era imposible que él me diera ni una cuarta parte de lo que yo le pedía. Pero cómo no pude ver eso en su momento, no lo sé.
Y le escribo un mail contándole que me voy y que supongo que mi cabeza hizo una extraña asociación entre irse al exterior y él y que cómo estás y que si seguís viviendo en París. Yo no me espero nada pero si me llego a esperar algo es una respuesta en tres semanas diciendo que está todo bien, deseándome suerte en Berlín y diciéndome que lo visite en París. Bueno, no. Me responde a los cinco minutos que mi cabeza debe haber hecho algo más que una extraña asociación porque si bien sigue viviendo en Francia ahora está en Buenos Aires de vacaciones por un mes. Y que arreglemos para vernos la semana que viene, que le gustaría ir a tomar algo conmigo. Y yo muy sorprendida le digo que claro que sí. Pero el tiempo se adelanta al tiempo y el sábado me encuentro con Jan y con Lu y vamos a una fiesta que tiene Lu donde va a estar Andrés. Yo estoy nerviosa o no, no lo sé exactamente. Por momentos sí y por momentos no. De alguna forma me imagino lo que va a pasar y cómo me voy a sentir y sé que no está mal. Así que vamos a la fiesta y lo veo y está todo bien. Es raro, no lo voy a negar, siempre es raro ver a alguien después de cinco años. Además yo la última vez que lo vi fue el día en que él se fue a vivir a Francia, o sea, mis recuerdos son recuerdos casi íntegramente hechos de dolor pero verlo no es doloroso, al contrario, muy lindo, es muy alegre, él es muy alegre y yo estoy sinceramente contenta de verlo y de verlo bien. Sólo hay un momento rarísimo en que estamos charlando, medio cerca la verdad, y después bailamos juntos. Ese es un momento confuso, por lo menos para mí. Y cuando me voy me dice que igual arreglemos para vernos en la semana y yo le digo que sí pero que no me haga lo mismo de la otra vez de decirme de vernos y finalmente no escribirme y ahí se sonríe, me dice que no, nos reímos, le digo que está todo bien, nos abrazamos y me voy.

La verdad es que no estoy movilizada en el sentido de preguntarme si me gusta Andrés, por ejemplo. Estoy un poco movilizada porque verlo me hace reencontrarme conmigo, con una parte mía que espero que sea del pasado, pero conmigo siendo caprichosa y demandante y todo lo que fui con él. Unos días después releo algunos mails viejos y no lo puedo creer, no puedo creer las cosas que le decía, los mails que le mandaba, los pedidos de que me llamara, de que me respondiera, de que apareciera, de que me amara, casi de que volviera. Entonces leo eso y me muero de la vergüenza, y tampoco puedo entender cómo él me permitió tanto, cómo no me dijo que no habláramos más porque quizás yo en su momento pensaba que él no me daba nada pero ahora veo que me daba mucho más de lo que yo hoy podría dar a alguien. Y no me gusta ver cómo fui. Eso me fulmina. Pero también pienso que cambié. Todo el tiempo a la noche les preguntaba a las chicas, ¿estoy cambiada? ¿Cambié mucho en estos cinco años? ¿Cuánto? Qué tonta, ¿no? Pero no lo podía evitar. ¿Y él me verá cambiada? ¿Me verá igual? ¿Él habrá cambiado? 

No hay comentarios:

Publicar un comentario