Soy la maría antonieta del siglo XXI, y al que quiera cortarme la cabeza, le recuerdo que después de la Revolución vino el Terror.

sábado, 18 de junio de 2011

No hace falta que le cambie el nombre

El martes lo vi a Daniel.
Daniel es un amigo. O un amante. O un amigo-amante. O ninguna de las dos cosas.
Lo conocí hace un par de años, y empezamos a estar juntos. Siempre aclarando que lo que hacíamos era divertirnos, nada de sentimientos ni de pasar a una relación mayor. Aunque en ese momento, a mí él me gustaba bastante. (Esas cosas pasan.) Nos habremos visto, no sé, un mes, quizás un mes y medio. Pero luego él se puso de novio con otra chica y dejamos de vernos. Confieso que estuve triste casi una semana.
Después no nos vimos por mucho tiempo (todo el tiempo que él estuvo de novio, y que yo estuve con otros chicos) y hacia fines del año pasado nos volvimos a ver.
Y ahora funciona muy bien. Nos vemos de vez en cuando, sin regularidad ni compromiso, y nos divertimos. Buen sexo. Charlamos. Nos reímos. Nos contamos de nuestras otras historias. Él es un cínico y eso a mí me hace mucha gracia. Yo soy una amante del amor y eso a él le da lo mismo. Total, las cosas son muy claras. Entre nosotros, la palabra histeria desapareció del diccionario. Hacemos lo que queremos. No decimos una cosa por otra. En palabras suyas, tenemos una complicidad mucho mayor, y eso lo hace mucho más romántico. Si sacamos la parte del romanticismo, estoy bastante de acuerdo.

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